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miércoles, 30 de enero de 2013

La guerra de las plantas


Mandíbulas, cuernos, picos, garras, fluidos corporales, etc. Los animales utilizan un amplio repertorio de herramientas para luchar por las hembras, cazar a sus presas y defender su territorio. Todas ellas están bajo la tutela de un Sistema Nervioso más o menos complejo. En el vértice de esta pirámide armamentística están los seres humanos, con un perverso despliegue de recursos tecnológicos, desde que un ejemplar de homínido cainita manipulase un hueso o una piedra, con la intención de matar a su vecino Abel, tal vez por los mismos e “instintivos” motivos.

Sin embargo, las plantas son sedentarias y no tienen Sistema Nervioso. Sabemos que sus espinas o su sabor las protegen de los depredadores, pero… ¿Cómo compiten entre ellas? ¿Cómo se atacan unas a otras? ¿Cómo se defienden de sus potenciales enemigos?

Lo hacen sutilmente mediante la guerra química. Este combate entre plantas se denomina alelopatía, palabra que significa, literalmente, sufrimiento (pathos) causado a otro (allelo). Se define como la habilidad de las plantas de frenar (o a veces estimular) el crecimiento de otras plantas por medio de sustancias químicas alelopáticas, que liberan al medio. Un recurso que, desgraciadamente, los seres humanos también han aprendido a hacerlo para acabar con sus semejantes de forma silenciosa y eficaz.

Los compuestos alelopáticos suelen ser fenoles, terpenos, alcaloides y otras sustancias del metabolismo secundario vegetal y, normalmente, se disuelven bien en agua, lo que garantiza su difusión en el suelo. Se fabrican en las hojas, tallos, raíces y en, algunas especies, en sus flores. Se difunden siguiendo varias vías. Normalmente, las hojas y los restos vegetales caen al suelo y, al descomponerse, liberan estas sustancias tóxicas. Otras veces son los exudados de las raíces los que actúan directamente sobre las raíces de otras plantas o bien, son lavados por la lluvia desde las hojas y llegan al suelo, donde pueden ser degradados por la actividad microbiana, originando otros compuestos más tóxicos que los precursores. Por último hay plantas que liberan al aire directamente los agentes alelopáticos, como el etileno y los aceites volátiles, alcanzando así a otras plantas.

El mecanismo de acción sobre las plantas “diana” es muy variado. Pueden alterar su producción de hormonas, la fotosíntesis, la respiración o la actividad de sus membranas celulares. Y, en general, sirven para reducir las posibilidades de que las plantas competidoras exploten un determinado recurso.

Esto explica por qué muchas malas hierbas resultan perjudiciales para los cultivos, ya que, además de “robarles” parte de la energía luminosa y de los nutrientes, producen sustancias que inhiben o retardan su germinación, frenan su crecimiento o aumentan su debilidad a las plagas y al estrés. Tal vez un ejemplo nos ayude a comprenderlo mejor. Es el caso de la devastadora maleza denominada cisca (Imperata cylindrica) que inhibe el crecimiento del maíz y del centeno gracias a diversas sustancias alelopáticas, como la escopolina y el ácido benzoico, presentes en sus residuos en descomposición.

Las alelopatías y las sustancias alelopáticas han despertado un gran interés desde el punto de vista agronómico, debido a la necesidad de encontrar nuevos herbicidas, ante la creciente aparición de resistencias frente a los productos convencionales y su impacto negativo en el medio ambiente y en la salud. Además, ciertas moléculas están siendo investigadas no solo como fuente directa de compuestos activos contra las malas hierbas, sino como precursoras de otros potenciales herbicidas sintéticos. Una muestra más de que la Ecología puede estar al servicio del desarrollo tecnológico sostenible.

Diario Córdoba 27/01/2013 (Resumido y editado por la redacción del diario).