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martes, 8 de diciembre de 2009

Postdarwinismo en Córdoba

Darwin desconocía los descubrimientos de Mendel. Por eso, cuando salieron a la luz en 1900, la Teoría de la Evolución tuvo que adaptarse a la Genética. Más tarde, otros hallazgos, como la disposición lineal de los genes en los cromosomas y la transmisión mendeliana de las mutaciones contribuyeron a configurar, en los años 30 y 40 del siglo pasado, la Teoría Sintética de la Evolución o Neodarwinismo. Han pasado muchos años y el debate continúa. Todavía son muchos los que discuten esta “nueva” visión de la vida. En este sentido, en el Jardín Botánico de Córdoba estamos asistiendo estos días a un salto cualitativo excepcional en esta progresión hacia el conocimiento: La síntesis entre el darwinismo y la fe cristiana, plasmada en un humilde belén.
¿Un punto de vista deformado? Por supuesto. Pido perdón a mis amigos/as del Botánico por el exagerado comienzo y reconozco su entrega a éste y otros proyectos. Pero el belén es real. Algo simpático, intrascendente a primera vista, pero con algunas implicaciones que quiero comentar. Y en estas transparentes aguas me sumerjo, esperando que el lector me haya borrado de la frente la etiqueta de fundamentalista científico y que al final, si no comparte conmigo estas reflexiones, al menos, las respete.
El belén “ecológico” se representa en tres zonas bien diferenciadas: Una vista parcial de Inglaterra, con el Big Ben, la Universidad de Cambridge y Down House, la residencia donde Darwin escribió su gran obra hace 150 años. En otra escena, una isla del archipiélago de las Galápagos, con su riqueza biológica, fuente de inspiración del naturalista. Finalmente, la Tierra del Fuego, en la que realizó numerosos estudios que le sirvieron para argumentar “El Origen de las Especies”. Las figuras del belén se reparten por los tres escenarios, aunque el portal y los reyes magos protagonizan el tercero. Así reza el folleto de la actividad (o tal vez canta un villancico, no lo sé): “Con esta recreación de los hechos pretendemos acercar al público en general a la figura de Darwin y su Teoría de la Evolución, ya que con ésta consiguió transformar nuestra visión de la vida en la Tierra (…)”.
La idea es ingeniosa: Aprovechemos el tirón de los belenes, sobre todo entre los niños y niñas y la tercera edad, para dar a conocer la obra de Darwin. Pero, no deja de ser, según la RAE, una aberración, es decir, “un grave error del entendimiento”, por tres razones. La primera es de carácter democrático, y no por manida, deja de tener fuerza. Una institución pública debe mantenerse al margen de las religiones, porque nuestro Estado es aconfesional. Lo proclama la Constitución. Y aunque los crucifijos y belenes sean una tradición respetable, no forman parte de la cultura común. Por eso deben desaparecer de los edificios públicos. La sociedad y los gobernantes que la rigen han de evolucionar explorando la incomprendida senda del laicismo, entendido como una conquista compartida (esta vez sí) de las sociedades avanzadas. Sin prisas, pero sin vacilaciones.
La segunda razón es de índole intelectual. Poner a Darwin y al Hijo de Dios compartiendo el espacio físico de una sala de exposiciones y el virtual de nuestras neuronas, es chocante, si no es para enfrentarlos como dos formas excluyentes de entender el mundo. Darwin era consciente del poder de sus ideas y por eso tardó tanto en exponerlas. Con ellas derribó la necesidad de un Dios creador, ese supuesto relojero que habría diseñado las maravillosas maquinarias vivientes. Y eso es lo que debería extraerse de la lectura de este ecléctico belén, a partir de un pequeño panel donde se exponen el creacionismo y el evolucionismo al mismo nivel. Pero esta gran contribución de Darwin al pensamiento y a la Ciencia pasa desapercibida, perdida entre la virgen María y San José.
La tercera razón es hija de la segunda, de la misma manera que la escuela lo es de Ciencia y de la Psicopedagogía. Si lo que queremos es que los más pequeños tomen contacto con la biodiversidad de estos ecosistemas y con la figura del naturalista, eliminemos lo que no cuadra con el contexto social y ambiental y centrémonos en la flora y en la fauna, en las formaciones geológicas y en los fósiles. Montemos escenarios al estilo de los Lego. Y pongamos a los salvajes fueguinos malviviendo. Y a Darwin, cabalgando por aquellos parajes, acarreando especímenes. O debatiendo con el capitán Fit Roy, a bordo del Beagle, sobre la esclavitud o la obra del Creador.
¿Acaso son complejos estos conceptos y profundas las ideas evolucionistas? Es posible. Pero este es el reto. Personalmente creo que será más difícil que un niño pequeño elimine a Darwin del Gran Cuento de la Navidad, tras haberlo visto sentado en la puerta de su casa rodeado de pastorcitos. Y que su mente no construya, tras la visita, un totum revolutum mezclando con el niño Jesús, los regalos de Reyes y la figura de un viejo que escribió un libro sobre camellos en las Galápagos.


Las fotografías han sido tomadas en la exposición-belén sobre Darwin, montada en el Jardín Botánico de Córdoba durante el mes de diciembre.


LISTADO DE ACTIVIDADES CULTURALES Y EDUCATIVAS DEL JARDÍN BOTÁNICO

BELÉN NAVIDEÑO: Un año más, los trabajadores del jardín botánico ponen en marcha esta original propuesta educativa, en la que se incorpora una temática ambiental, histórica, cultural, etc., aprovechando el montaje de un Belén tradicional. Este año el tema elegido es el aniversario del nacimiento de Charles Darwin y de la publicación de su obra maestra: “El Origen de las Especies”.
BELÉN NAVIDEÑO PARA COLEGIOS E INSTITUTOS: Junto al Belén se instalan una serie de mesas-taller complementarias a la explicación adaptadas a los distintos niveles educativos, desde infantil a bachillerato. Es imprescindible concertar la visita previamente y para ello podéis llamar al teléfono directo del Área 957 294312 en horario de martes a viernes, de 10 a 14 h.


viernes, 4 de diciembre de 2009

Copenhague, paludismo y evolución

A mediados de agosto de 2009 un equipo de científicos, con el biólogo evolucionista Francisco Ayala a la cabeza, comprobó que el paludismo o malaria pasó de los chimpancés a los humanos en una fecha comprendida entre los 2-3 millones de años y el comienzo del neolítico, hace unos 10.000 años. La causa de esta enfermedad es la infección por un protozoo denominado Plasmodium, transmitido a las aves, chimpancés y humanos mediante la picadura del mosquito Anófeles.


Imaginémonos la siguiente escena en el continente africano, hace varios cientos de miles de años. Un homínino (en la jerga actual) se acuesta entre las ramas de un árbol próximo a un río, después de una “dura jornada” de caza o de recolección. Mientras duerme, un mosquito hembra, que acaba de picar a un chimpancé, se le acerca atraído por el calor de su cuerpo o por alguna sustancia volátil emanada de su hirsuta piel. Viajemos ahora al interior de su cuerpo. Al picarle le inocula en la sangre varios individuos de una especie de Plasmodium a la que vamos a denominar P1. Éstos se multiplican en su hígado. Algunos encuentran una nueva forma de anclarse en los glóbulos rojos de la “víctima”, permitiéndoles penetrar en ellos y reproducirse de nuevo en su interior de una manera un poco más eficiente. El proceso ira “mejorando” durante miles de generaciones y millones de picaduras. Vamos a llamar P2 a este nuevo parásito más agresivo. Hace 10.000 años, con la formación de asentamientos más grandes y estables, la enfermedad comenzó a extenderse sin freno entre los seres humanos.

Los investigadores han descubierto este parentesco evolutivo comparando las moléculas de ADN de ambas especies. La P2 o Plasmodium falciparum, responsable de la mortalidad en los humanos, es un descendiente de la P1 o Plasmodium reichenowi, la de los chimpancés. Se ha originado mediante varias mutaciones al azar en el genoma de la versión original y la selección de los microbios mutantes mejor dotados para reproducirse dentro del cuerpo humano y del mosquito. Esto es evolución en el sentido más darwiniano: La supervivencia de los más aptos. Paralelamente, los homininos (incluyendo los humanos actuales) han sobrevivido a la enfermedad utilizando los mismos principios evolutivos: Diversidad genética, selección natural y reproducción de aquellos individuos más resistentes; los que, a la postre, logran transmitir a su descendencia esta ventaja adaptativa. Pero no parece que hayamos tenido mucho éxito a juzgar por los cientos de millones de personas afectadas y los 3 millones de muertes anuales (¡un niño cada 30 segundos!). La gripe H1N1 es, a su lado, un banal resfriado.

La historia del descubrimiento de los mosquitos como vehículos de ciertas enfermedades infecciosas es un caso especial de chiripa con muy pocas dosis de ética, como veremos. En 1880, el médico francés Charles Laveran encontró individuos de Plasmodium falciparum por primera vez en la sangre de una persona afectada por la malaria. Dos años después, el inglés Ronald Ross encontró el microbio, tras una persecución que se nos antoja implacable, en el contenido del estómago de un mosquito que acababa de picar a un enfermo. No obstante, esto no era suficiente, ya que había que probar que la enfermedad se debía a la picadura del mosquito. Para ello, metió en una misma jaula pájaros sanos y enfermos de malaria aviar, sin que hubiera nuevos contagios. Cuando introdujo los mosquitos junto a las aves, los pájaros sanos comenzaron a enfermar. Poco después, tres italianos, Grassi, Bignami y Bastianelli, consiguieron que varios mosquitos procedentes de áreas palúdicas picaran a un ciudadano voluntario con trastornos nerviosos crónicos –cómo le convencieron parece un capítulo oscuro de la Historia de la Medicina-. La aparición de la enfermedad en el paciente confirmó lo que se sospechaba.

Según la Agencia Española de Meteorología, agosto de 2009 ha sido el tercer mes más cálido en la Península, desde 1961. Su segunda quincena posee el récord de “calor” de los últimos cincuenta años, en el centro peninsular, Extremadura y noroeste de Andalucía. Los científicos predicen que la malaria y otras enfermedades infecciosas adquirirán un nuevo protagonismo debido al calentamiento global que evidencian estos bochornosos datos estivales. Los estudios revelan, provisionalmente, que en países como España o Inglaterra aumentarán de manera significativa los casos de paludismo, como consecuencia del aumento de la población de mosquitos y de la supervivencia del protozoo en estas nuevas condiciones medioambientales. Pero esto ya no es casualidad, sino los efectos de un desastre anunciado desde hace varias décadas y que sólo ahora algunas administraciones están pensando en mitigar. La cumbre de Copenhague aguarda impaciente a que los políticos se pongan de acuerdo en la reducción drástica de las emisiones de los gases de efecto invernadero. Esperemos que no sea demasiado tarde.

Diario Córdoba (2.12.09)