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domingo, 1 de junio de 2008

LA ESCALERA DE JACOB (I)

El ADN se cuela por la ventana del televisor como un “chivato” sin piedad, el mejor abogado del inocente o el notario eficiente de las familias en duelo, en los trueques macabros de cadáveres.

Su historia comenzó en 1869, en una sala de postoperatorios de Tubinga (Alemania), cuando el médico suizo Friedrich Miescher aisló la nucleína (sustancia ácida rica en fósforo) del pus de los vendajes quirúrgicos. Años más tarde se determinaría la composición y la estructura primaria (lineal) de uno de sus componentes (el ADN o Ácido Desoxirribonucleico): una larga hilera de 4 unidades repetidas (los nucleótidos A, T, G y C).

La historia de este icono de la ciencia pudo dar, en 1944, un giro espectacular en “la Gran Manzana”, de la mano del científico canadiense Oswald T. Avery y sus colaboradores, al comprobar como una cepa inofensiva de la bacteria de la neumonía se transformaba en infecciosa absorbiendo el ADN de un “caldo” (extracto) de bacterias virulentas y muertas, demostrando que este largo filamento poseía la información hereditaria. Era el viejo “principio formativo” de Aristóteles hecho bioquímica. Un sorprendente descubrimiento que, sin embargo, fue ignorado hasta que los experimentos de Hershey y Chase con virus, en 1952, destronaron como reinas de la herencia a las proteínas. Se confirmaba, una vez más, la sentencia del pesimista filósofo Arthur Schopenhauer: “Toda verdad pasa por tres etapas. Primero se ridiculiza, luego se rechaza violentamente y finalmente se acepta como evidente”.

El 25 de abril de 1953 un póquer de novatos, que no formaban equipo y estaban mal avenidos, revelaron al mundo el descubrimiento que abriría los horizontes de la nueva Genética. Eran James Watson, Maurice Wilkins, Rosalind Franklin y Francis Crick. La hazaña les supuso a los varones el Nóbel de Medicina y Fisiología en 1962. La única mujer, Rosalind Franklin, investigadora en el machista King’s College de Londres, había fallecido de cáncer de ovarios cuatro años antes, debido, probablemente, a la exposición crónica a los rayos que le permitieron “retratar” el ADN. Gracias a sus imágenes, Watson y Crick descifraron la estructura de la molécula de la herencia: una escalera de caracol (en realidad, una doble hélice) con peldaños constituidos por las famosas cuatro letras, emparejadas de forma invariable.

Era la versión prosaica de otra escalera, la que soñó Jacob mientras huía; una herramienta que facilitaría el ascenso del ser humano a otro cielo, el del conocimiento de los secretos de la vida.
El ADN es un doble filamento enrollado con información digital. El contenido de una enciclopedia de cocina también lo es, porque está hecho con recetas sucesivas, cada una con la información necesaria para elaborar un plato diferente. A su vez, las recetas están constituidas por letras sin significado, pero su unión, en un cierto orden, dota al conjunto de un culinario mensaje.

El ADN humano está formado por unos 3000 millones de letras (3 Gigas). Esta macromolécula está empaquetada dentro del núcleo formando 23 pares de cromosomas. Igual que cada libro de cocina tiene cientos de recetas, cada cromosoma posee unos pocos cientos o miles de genes (fragmentos de ADN), con información para fabricar una proteína, necesaria para el funcionamiento o la construcción de los seres vivos, desde la forma de unas antenas a ciertos rasgos de nuestro carácter.

El 9 de septiembre de 1984, Sir Alec Jeffreys ascendería un peldaño más por esta escalera, descubriendo, en el interior de la secuencia de un gen humano, un corto tramo de ADN sin sentido aparente, con una secuencia central de 12 letras, repetida de forma característica en cada individuo y muy semejante a la de sus familiares. Como un código de barras: marcas negras repetitivas (ADN basura) dentro de un fondo blanco con mensaje (el gen). Era la huella dactilar genética y en 1986 reveló su utilidad, permitiendo inculpar de asesinato a Colin Pitchfork (Colin “horca”), quien pasaría a la historia como el primer reo del ADN.

Progreso científico al servicio de la sociedad. Cultura para desenvolvernos por el mundo.

(Diario Córdoba. 15.03.06)

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