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sábado, 10 de noviembre de 2012

Educar en tiempos difíciles (1ª parte): Un motor para los naufragios.

 El maestro extremeño Gonzalo Roffignac escribió unos versos,  a principios de los años 80 del siglo XX, que dejaron en mi mente, desde que los leí por primera vez, una profunda huella: “Hoy me vienen los niños al Colegio/ Qué les digo que aprendan/ si cada día/ saben menos los hombres allá afuera”. Cuenta mi padre, en el libro de recuerdos pedagógicos del que he extraído este  lamento poético, que el  citado poeta los escribió, tal vez, desencantado de  su efímero paso por la política local, en el pequeño pueblo extremeño donde depositó, además, sus ilusiones pedagógicas. Hoy he vuelto a encontrarme con esta estrofa, perdida entre las mismas páginas que releía mi padre una y otra vez, añorando sus años de Inspector de Enseñanza Primaria por las comarcas de la Siberia y la Serena extremeñas. Y, con la perspectiva que me otorgan mis  treinta y tres años de trabajo en la escuela, me asaltan dos cuestiones respecto a esta íntima reflexión escolar. La primera gira en torno a la  clase de saberes que dejaron en el camino los hombres (¡y las mujeres!) de finales del siglo pasado y que hundieron en el desánimo al autor de los citados versos. La segunda me surge con más fuerza y es la  reformulación de la estrofa original, pero adaptada a nuestros días: ¿Qué clase de educación hay que ofrecer  para que los chicos y chicas no naufraguen en las procelosas  aguas del  mundo complejo y cambiante que les ha tocado vivir?

No me atrevo a responder a la primera pregunta. Desconozco  los valores, la ideología y las motivaciones del maestro-poeta. Respecto a la segunda, convertida en una suerte de disparo a las conciencias de las familias, de los profesores/as y de los políticos/as, creo, sinceramente,  que no soy la persona más preparada para responderla. Por esta razón, piense el lector o lectora que lo que sigue es solo el eco de mis reflexiones. O el  ruido de una mente en ebullición. Pero nada más.

Me apoyo, para comenzar a hilvanar una respuesta provisional,  en las palabras del poeta Gabriel Celaya, quien, en una magistral defensa de la labor docente,  escribió que educar es lo mismo que poner  motor a una barca. Los maestros tratamos de poner motores a esos cientos o miles de barcas que se cruzan en nuestras vidas, que navegan sin rumbo, hasta que la madurez y los derroteros de la vida  les sugieren los puertos a los que tienen que arribar. Muchos/as, y entre ellos, algunos maestros/as, probablemente no alcanzaremos nunca el puerto que soñábamos. Pero el viaje en sí merece la pena. En la actualidad, o quizás como siempre, la vida es una lucha constante contra los elementos y la educación, el motor que trata de llevar nuestra barca a un buen puerto, en las revueltas aguas de la vida. La novedad radica en  que los seres humanos, a pesar de eso que denominamos progreso, sabemos muy poco de nosotros mismos y del mundo, porque los avances científicos y tecnológicos, los cambios sociales y el deterioro medio-ambiental, junto con sus consecuencias, nos han sobrepasado. Es como si no hubiésemos aprendido casi nada como especie: Unos pocos saben mucho de muy poco y la mayoría, sabemos muy poco o nada de casi todo. Y los que menos saben (¡o quizá saben demasiado!) son los que administran la economía a escala planetaria y sus manigeros a nivel estatal.

En este estado de cosas, la educación (la buena educación) se erige como  la herramienta fundamental para la construcción de ese ser humano y de esa sociedad que anhelamos conseguir, pero que nunca llega, perdida en la bruma de las utopías. Por eso debe contemplar tres facetas en continua interacción: El desarrollo de la personalidad, la toma de conciencia de la realidad  y la preparación para la vida social, en un contexto de crisis socio-ecológica global.

Educar en tiempos difíciles (2ª parte):El desarrollo personal.
Educar en tiempos difíciles (3ª parte): La vida en sociedad.

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